«Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.»
S.Juan 3:5
Todo empezó de noche, cuando Nicodemo, un fariseo que además era “un principal entre los judíos” vino a la luz. Aunque Jesús había sido condenado por los colegas de Nicodemo, a él ya había dejado de importarle lo que ellos pensaran. Sabía que Jesús era el Mesías verdadero.
¿Cómo sabemos que llegó a tomar esa decisión? Después de que Jesús fue quitado de la cruz, José de Arimatea reclamo su cuerpo, lo preparo para la sepultura y luego lo puso en una tumba nueva. Nicodemo estuvo todo el tiempo junto a José.
También sabemos que trajo el compuesto de mirra y áloes, y asistió a la sepultura de Cristo (Juan 19:38-41). Se cree que las especies aromáticas usadas para preparar el cuerpo de Jesús para la sepultura eran de propiedad personal de Nicodemo. En lugar de guardarlas para su propio sepelio, las entregó a Jesús como una ofrenda de amor y devoción. Juan 19:39 nos dice que estas especias pesaban “como cien libras”, que habría sido la cantidad empleada para honrar a un gran rey. Nicodemo reconoció a Jesús como Hijo de Dios.
También sabemos que de acuerdo a la ley de Moisés ningún sacerdote podía “contaminarse” por un muerto (Levitico 21:1) y si llegaba a tocar un cadáver se hacia inmundo. Pero eso no le importó a Nicodemo, por que él se dio cuenta de que ya era completamente libre de mancha.
Hoy día, el ejemplo de Nicodemo nos sigue dando una lección. Aprendemos de él que Jesús siempre está disponible para nosotros, sea de día o de noche. Aprendemos que en el tiempo perfecto de Dios, Él contestará las preguntas que nos producen perplejidad. Aprendemos que sea cual sea nuestra posición en la vida, nada es importante para tener a Cristo en nosotros. Además, aprendemos que sin importar cuán grande sea nuestro sacrificio, nunca puede compararse al sacrificio de Cristo por nosotros.
Tomado del Devocional Cita con Dios.
Junio 2015
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