miércoles, 13 de enero de 2016

LUCHAR CON DIOS

Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba. Cuando el hombre vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba. Génesis 32.24–25

Este es uno de esos pasajes que nos resulta por demás extraño. ¿Dios envuelto toda la noche en una lucha cuerpo a cuerpo? ¿Cómo ha de explicarse tan raro evento en el relato de la historia de los patriarcas?
Creo que la historia no es tan extraña como inicialmente parece. Para entenderla, debemos recordar la vida de Jacob. Había nacido hijo de la promesa. Por él pasaba la descendencia de aquellos que iban a ser parte de esa gran nación que le había sido anunciada a Abraham. Por esto, la bendición de Dios reposaba sobre él aun desde el vientre de su madre.

Un rápido vistazo a los acontecimientos de su vida, sin embargo, nos muestran a un hombre que no dudó en echar mano de cuanto artilugio pudiera para conseguir la bendición que Dios le había prometido. Lo vemos envuelto en reiteradas situaciones donde se aprovechó de la debilidad de otros. Lo observamos haciendo trampa, mintiendo, engañando y siendo engañado. Acumuló una gran fortuna en bienes, pero se hizo de muchos enemigos en el camino, incluyendo el odio visceral de su hermano Esaú, que había jurado matarlo. No es una figura muy inspiradora.

A veces el Señor lleva años queriendo decirnos algo sin poder lograr que le prestemos atención. Su voz es la del «silbo apacible». Pero cuando no hacemos caso, debe adoptar métodos más directos. Este es uno de esos incidentes. En forma muy gráfica Dios le muestra al patriarca lo que había sido su existencia hasta este momento: ¡una lucha sin fin por apropiarse de la bendición de Dios!
El relato nos dice que el Señor no pudo contra él. De cierto esta no era una puja por dominio físico. Dios podría haberle destruido simplemente con la palabra de su boca. Mas no era la intención del encuentro destruirlo, sino mostrarle lo arduo y cansador que había sido el camino recorrido.

En un sentido muy claro el Señor le está diciendo al patriarca: «toda la vida has estado luchando conmigo, sin darte cuenta que yo estoy de tu lado. ¿Cuándo dejarás de pelear contra mí? Quédate quieto, y déjame que te bendiga de una buena vez!» Lo que más deseaba el Señor era la prosperidad de Jacob, pero no por el camino que éste había escogido.

Muchas veces, estamos tan desesperados por asegurarnos la bendición de Dios para nuestros proyectos que echamos mano de todo lo que se nos viene por delante. Trabajamos con una desesperación que revela que creemos que todo depende de nuestro esfuerzo. En ocasiones hasta logramos el avance deseado. Pero cuánto más fácil hubieran sido las cosas si hubiéramos aprendido a unir nuestro trabajo al brazo fuerte de Dios.

Para pensar:

Quizás este es un buen momento para detenerse. Tome un momento para volver a poner las cosas en su lugar. Usted no está trabajando para Dios. Usted está trabajando con Dios. No quiera hacerlo todo solo. Descanse más en él, y verá los resultados.

martes, 12 de enero de 2016

CEGADOS POR LA MENTIRA

Dos de ellos iban el mismo día a una aldea llamada Emaús, que estaba a sesenta estadios de Jerusalén... Y sucedió que, mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó y caminaba con ellos... Él les dijo: ¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes? Lucas 24.13, 15, 17

¡Cuán grande debe haber sido la sorpresa cuando el Maestro partió el pan y se dieron cuenta de quién era! ¡Qué tremenda alegría de saber que la persona que los había deslumbrado con su conocimiento de las Escrituras no era otro que el Mesías!
El final tan feliz de este encuentro, sin embargo, se ve eclipsado por el estado de los discípulos antes de que sus ojos fueran abiertos. El relato de Lucas nos dice que caminaban mientras discutían entre ellos sobre los acontecimientos. Bien podemos imaginar cómo volverían una y otra vez a mirar la tragedia de la cruz desde todos los ángulos, para tratar de encontrar en ella alguna explicación que hiciera más llevadero su dolor. La tristeza se había apoderado de sus corazones con una tenacidad absoluta.
Pero... ¿por qué estaban tristes? Porque creían que Cristo estaba muerto. Y a la tragedia de su muerte se sumaba ahora un confuso episodio en el cual algunas de las mujeres aseguraban que lo habían visto. ¿Cómo podía ser verdad aquello? Todo el mundo había sido testigo de su crucifixión y posterior sepultura.
La verdad es que Cristo no estaba muerto; ¡estaba vivo! Él les había anunciado que al tercer día volvería a la vida. Algunas mujeres ya lo habían visto. Pero las pesadas emociones que experimentaban no les permitían ver la realidad. Estaban atados por una mentira.
El poder de esa mentira era tal, que cuando Jesús les comenzó a abrir la Palabra, la verdad no pudo quebrar la fortaleza del engaño. Empezando con Moisés y pasando por todos los profetas, el Hijo de Dios les explicó que todo lo que había pasado no era más que el cumplimiento de las Escrituras. Los discípulos estaban tan desanimados que no podían recibir aquella Palabra que tenía poder para hacerlos libres de la mentira.
Nuestros pensamientos tienen enorme influencia sobre nuestro comportamiento y nuestras emociones. Por esta razón Pablo enseña que «las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2 Co 10.4–5).  usted debe ser implacable con todo pensamiento que no es conforme a la verdad de Dios. Tómelo cautivo. Denúncielo y póngale las esposas en el nombre de Cristo. Preséntelo delante de su trono. Si le da lugar, lo llevará a usted por el camino de la ceguera donde, aun si se le aparece Jesús en persona, no lo reconocerá.
Para pensar:
A. W. Tozer, escribe: «Nuestros pensamientos no solamente revelan quiénes somos sino que predicen también lo que seremos. La voluntad puede convertirse en esclava de los pensamientos y en muchos sentidos hasta nuestras emociones dependen de nuestros pensamientos. Pensar estimula las emociones, y las emociones producen acciones».

UN ARMA DE DOBLE FILO

Jesús le dijo: De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Pedro le dijo: Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. Y todos los discípulos dijeron lo mismo. Mateo 26.34–35

Qué lindo es ver a una persona que tiene entusiasmo por lo que cree, que comparte con pasión sus convicciones y ministerio. No podemos evitar ser movidos por el fervor de sus palabras, contagiados por lo infeccioso de sus actitudes. Nos hace bien estar alrededor de esta clase de personas.
¡Pedro era un hombre que llevaba la vida con pasión! Fue él quien se atrevió a caminar sobre el agua. No se dio cuenta de lo que estaba haciendo hasta que vio las olas a su alrededor. Él fue el que con entusiasmo sugirió hacer unas enramadas en el monte de la Transfiguración, aunque la Palabra nos dice que no sabía lo que decía (Mc 9.6). Ante las preguntas del Maestro a los discípulos, era Pedro el que siempre tenía la primera respuesta.

El entusiasmo es una cualidad importante . ¿Cómo vamos a motivar a la gente si nuestras palabras y comportamientos comunican poca convicción o, peor aún, indiferencia? Sin duda la pasión juega un rol fundamental en el impacto que tenemos sobre la vida de otros. Pero debemos saber esto: nuestro entusiasmo puede ser también peligroso. En ocasiones nuestra pasión puede ser tan intensa que ni el Señor puede disuadirnos de lo que queremos hacer. ¡Pedro amaba tanto al Señor! Deseaba con desesperación demostrar la profundidad de su compromiso. Con fervor proclamó que jamás le daría la espalda, aunque todos lo hicieran. Cristo intentó dos veces hablar la verdad a su corazón, pero su pasión era tan intensa que ya no estaba abierto a recibir advertencias de nadie, ni siquiera del propio Hijo de Dios.

Condimente con mucho entusiasmo todo lo que hace. ¡Celebre que usted es parte de una obra que ha nacido en el corazón mismo de Dios! Pero no olvide que su pasión no siempre es producto de la obra del Espíritu. Existen pasiones que son de la carne, y pueden conducirnos hacia el desastre. En Romanos, Pablo habla con tristeza acerca de los israelitas, diciendo: «yo soy testigo de que tienen celo de Dios, pero no conforme al verdadero conocimiento» (10.2). ¿Quién podía mejor que él testificar de esto? En su juventud había perseguido con fanatismo a la iglesia por «amor» al nombre de Dios.
Qué importante es la pasión. Qué cuidado debemos tener con ella. No sea una persona insulsa. Haga que la pasión sea una de las marcas que lo caracterizan. Pero no confíe a ciegas en el camino por el cual lo quiere conducir su pasión. Podría acabar haciendo aquello que jamás se hubiera imaginado: negar al Señor.

Para pensar:

¿Es usted una persona de pasión? ¿De que maneras se manifiesta esta pasión? ¿Qué elementos puede incorporar a su ministerio para asegurar que su pasión no lo lleve por un camino equivocado?

domingo, 10 de enero de 2016

UN PROCESO MISTERIOSO

Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran. Romanos 12.15

Las lágrimas nos incomodan. Cuando vemos a alguien llorando no sabemos bien qué hacer. Comenzamos a buscar en nuestra mente alguna frase que ayude o anime a la persona, o por lo menos que haga que deje de llorar. Seguramente se debe, al menos en parte, a que muchos hemos crecido en ambientes en los cuales no era aceptable llorar. De diferentes formas se nos insinuó que las lágrimas no se ven bien en los verdaderos ganadores de este mundo.

Las lágrimas, sin embargo, son una forma visible de mostrar compasión. Jesús lloró. Lloró en la tumba de Lázaro. Lloró cuando vio el estado espiritual de Jerusalén. Según Hebreos, fue oído en Getsemaní porque ofreció «ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas» (5.7).

Su ternura marca un fuerte contraste con la actitud de los pastores de Israel. La denuncia de Ezequiel constituye uno de los pasajes más duros que las Escrituras dirigen a los que ocupan puestos de responsabilidad: «No fortalecisteis a las débiles ni curasteis a la enferma; no vendasteis la perniquebrada ni volvisteis al redil a la descarriada ni buscasteis a la perdida, sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia» (34.4).

Vemos entonces, que el tema de la compasión es un asunto serio, Sin embargo, cuando nos encontramos con personas quebrantadas no podemos resistirnos a la tentación de decir algo, de ofrecer algún consejo, de citarle a la persona el texto de Romanos 8.28. Tenemos una inamovible convicción de que lo que la persona está buscando es la solución a sus problemas.

Si bien es importante ayudar, la exhortación de Pablo nos orienta hacia algo mucho más sencillo e infinitamente más efectivo que las palabras. No nos dice que aconsejemos al que está llorando. Nos manda a que lloremos con esa persona. Ni más ni menos que eso.

Esto no necesariamente significa que usted debe derramar lágrimas visibles para cumplir con la Palabra. Pero sí necesita demostrar que su corazón está quebrado por aquello que ha quebrado el corazón de la otra persona. En el momento de crisis, la otra persona no necesita consejos. Lo que necesita es el consuelo de saber que hay otros que la entienden, que su dolor es percibido por aquellos que están a su alrededor. Esta identificación con el que está dolido, tiene más poder terapéutico que todas las palabras de sabiduría que puedan decirse en el momento de angustia, pues abre un camino para que el Espíritu de Dios fluya a través de su persona hacia el corazón del que ha sido golpeado.

El tiempo le proveerá la oportunidad de orientar y aconsejar. Pero no pierda la ocasión de hacerse uno con el que está sufriendo. Dios hará grandes cosas en la vida del otro, pero también le tocará profundamente a usted.

Para pensar:

¿Cómo veían las lágrimas en su hogar de origen? Cuando ve a una persona llorando, ¿cuál es su primera reacción? ¿De qué maneras puede mostrar su compasión para con los que está ministrando?


jueves, 7 de enero de 2016

SEGUROS EN EL

Pero se levantó una gran tempestad de viento que echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal. 
Marcos 4.37–38

¡Cómo no entender la indignación de los discípulos! Imagínese por un momento la escena. Una violenta tempestad arreciaba por todos lados. El viento aullaba y las olas castigaban ferozmente el bote. Los discípulos, empapados por la espuma del mar y el agua que se metía con insistencia en el fondo de la embarcación, luchaban con desesperación para no hundirse. Y él, ¿dónde estaba? En la popa, durmiendo. ¿Cómo evitar la conclusión de que a él no le interesaba sus vidas?
¿Por qué dormía el Maestro? Seguramente dormía, en parte, porque sencillamente estaba agotado, pues había pasado el día entero enseñando a las multitudes. Sospecho, sin embargo, que su despreocupación tiene otro origen. Las instrucciones de cruzar el lago las había dado él mismo. Podemos decir con toda confianza, no obstante, que estas instrucciones no habían sido por ocurrencia propia. En Juan 5.30 él dijo: «No puedo yo hacer nada por mí mismo». Y en el 6.38 del mismo evangelio aclaró: «He descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió». No estaríamos errados, entonces, en afirmar que las órdenes de cruzar el mar las recibió del Padre.
Es en este detalle que podemos encontrar la razón de la postura de Jesús en medio de la tormenta. El Hijo de Dios no estaba preocupado porque sabía que el Padre se encargaría de que llegasen al otro lado; después de todo la idea de cruzar no había sido de él. Su despreocupación tenía que ver con esa profunda convicción de que había uno mayor que él que velaba por su bienestar. Si Dios había mandado que cruzaran al otro lado, ¿quién lo podía impedir?
Nosotos necesitamos tener ese espíritu reposado de quienes saben hacia dónde se dirigen. ¿No sería maravilloso que el mismo contraste entre Jesús y los discípulos fuera el que existe entre la iglesia y la atribulada sociedad de hoy? Al igual que Moisés, cuando el pueblo llegó al Mar Rojo y fue presa del pánico, necesitamos poder decirle a nuestra gente: «No temáis; estad firmes, y ved la salvación que Jehová os dará hoy; porque los egipcios que hoy habéis visto, no los volveréis a ver nunca más. Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos» (Ex 14.13–14).
Esta actitud de confianza y paz solamente la podrá tener usted si está absolutamente seguro de lo que está haciendo. Y la única manera de estar seguro de lo que está haciendo es buscando la voluntad de Aquel a quien sirve. Si usted está caminando en las obras que él preparó de antemano para que usted anduviese en ellas (Ef 2.10), entonces, ¡no hay tormenta que pueda pararlo! Avance tranquilo, que Dios está en control.

Para pensar:

¿Puede explicar claramente hacia dónde se dirige usted? ¿Sabe por qué se dirige en esa dirección? ¿Qué evidencias tiene de que esa es la dirección que Dios le ha indicado?

miércoles, 6 de enero de 2016

LA FUERZA DEL GOZO

No os entristezcáis, porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza. Nehemías 8.10

El camino hacia la reconstrucción de los muros de Jerusalén había estado repleto de obstáculos. El pueblo tuvo que luchar con rumores, con divisiones, con oposición y con fatiga. En más de una ocasión habían sentido el fuerte deseo de desistir de la tarea que tenían por delante, la tentación de «tirar la toalla».
Un panorama tan duro es más que propicio para el desánimo, tierra fértil para que el agobio se instale en nuestros corazones y andemos con el semblante triste y abatido. Estas son las respuestas normales del alma a situaciones donde la adversidad parece no tener fin. Jesús mismo, frente a la inminencia de la cruz, comenzó a entristecerse y a angustiarse, confesando: «Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo» (Mt 26.37).
El líder sabio no se engaña a sí mismo en cuanto a sus verdaderos sentimientos. Sin embargo, sabe que estos sentimientos deben ser tratados inmediatamente para no afectar su vida espiritual. Jesús no perdió tiempo en convocar a sus tres amigos para que le acompañaran mientras oraba. Sabía que la tristeza que se instala en forma permanente en nuestras vidas afecta profundamente la manera en que vemos y hacemos las cosas. Nos lleva a actitudes negativas y de desesperanza; nos invita a que dejemos de luchar, porque comenzamos a creer que nuestra situación no tiene arreglo. Nos conduce indefectiblemente hacia el camino de la depresión, porque nadie puede vivir en forma indefinida con falta de esperanza. El hombre desanimado ya está derrotado, porque ha perdido la voluntad de seguir peleando.
Jesús, al igual que Nehemías, sabía que era esencial reavivar el gozo, que es la fortaleza del hombre espiritual. Su agonía en Getsemaní no terminó hasta que lo había recuperado. Debidamente fortalecido «por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz» (Heb 12.2). Este tipo de gozo no es un sentimiento sino una convicción espiritual. Las circunstancias pueden ser adversas en extremo, pero el gozo viene cuando conseguimos sacar nuestros ojos de las cosas que se ven, y ponerlos firmemente en las cosas que no se ven (2 Co 4.18).
El cristiano cuyo corazón está lleno de gozo realmente es imbatible, porque su vida está firmemente anclada en las realidades eternas del reino, y no en las temporales de este mundo. Tiene una convicción inamovible de que hay un Dios que reina soberano sobre todas las cosas, y que la especialidad de ese Dios es utilizar la adversidad y la derrota para traer bendición a su pueblo.
No permita que la crisis lo entristezca. Si es necesario, derrame su alma delante de Dios, como Cristo en Getsemaní. Pase lo que pase, recupere el gozo de ser parte de los que vencen. 

Para pensar:

¿Cuál es su reacción normal a las dificultades y a las crisis que se le presentan? ¿Qué pasos toma para remediar los sentimientos de abatimiento y desánimo? ¿Cómo puede cultivar el gozo en forma cotidiana?

SIEMPRE TE AYUDARÉ

6 de Enero

“Siempre te ayudaré.” Isaías 41:10.

La promesa de ayer nos aseguraba fortaleza para lo que tenemos que hacer, pero esta promesa nos garantiza ayuda en los casos en los que no podemos actuar solos. El Señor dice: “Siempre te ayudaré.” La fortaleza interior es suplementada con ayuda exterior. Dios puede levantarnos aliados en nuestra guerra si pareciera bueno a Sus ojos; y aun si no nos enviara ayuda humana, Él mismo estará a nuestro lado, y esto es todavía mejor. “Nuestro Augusto Aliado” es mejor que legiones de ayudadores mortales.

Su ayuda es oportuna: es nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Su ayuda es muy sabia: Él sabe cómo dar a cada hombre una ayuda idónea y adecuada para él. Su ayuda es sumamente eficaz; en cambio la ayuda del hombre es vana. Su ayuda es más que ayuda, pues Él soporta toda la carga, y suministra toda la ayuda. “El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre.”
Debido a que Él ya ha sido nuestra ayuda, tenemos confianza en Él para el presente y para el futuro. Nuestra oración es: “Jehová, sé tú mi ayudador.” Nuestra experiencia es: “el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad.” Nuestra esperanza es: “Alzaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro?” Y nuestro cántico pronto será: “Tú, Jehová, me ayudaste.”