«Josafat, lleno de miedo, buscó la ayuda de Dios, y para mostrar su angustia le pidió a todo su pueblo que no comiera.»
2 Crónicas 20:3
Un día el rey Josafat y el pueblo de Judá vieron que una gran multitud se había levantado contra ellos. Entre los agresores estaban los moabitas y los amonitas, quienes lanzaron un gran ataque contra Jerusalén. Josafat se sintió profundamente atemorizado, pero en lugar de acobardarse “humillo a su rostro para consultar a Jehová”. Proclamó un ayuno a lo largo y ancho de Judá y convocó al pueblo para que buscaran juntos al Señor.
Josafat no expresó duda alguna en cuanto al poder de Dios, sino que proclamó en publico su confianza en el Todopoderoso. Declaró que ponía toda su esperanza en el Señor, cuyo poder no tiene limite. Además Josafat declaró francamente que el, como rey de Judá se colocaba en una posición de humildad y debilidad total delante del Señor. No reclamó ninguna autoridad para sí mismo, sino que dijo a Dios:
Tu eres quien nos dio esta tierra.
Tu eres quien permitió que tu pueblo habitara en ella y construyera un santuario en ella.
Tu eres quien dijo que deberíamos clamar a ti en nuestra aflicción y que tu nos oirías y salvarías.
Tu eres quien nos dijo que no destruyéramos a estos enemigos cuando llegamos a ocupar esta tierra.
Tu eres el único capaz de juzgar a estos enemigos que se levantan contra tu pueblo, nosotros no tenemos ningún poder y ningún plan.
No vemos rastro alguno de egoísmo en Josafat. No le exigió a Dios hacer algo que El no deseara hacer. Josafat no se atribuyo la autoridad a sí mismo ni reclamó algún poder como rey, sino que reconoció sabiamente que todo el poder y toda la autoridad pertenecen solamente al Señor. Con base al entendimiento, presentó su petición a Dios del cielo y fue bendecido con la victoria.